La mariposa logró colarse en el interior del coche y revolotear por allí a su antojo. Se posó sobre el respaldo del conductor, ajena al peligro que podía correr de ser descubierta. Las alas de vivos colores parecían ir a juego con el exterior del vehículo, toda una gama de naranjas y azules. La carretera bordeaba la costa, y dejaba a un lado el mar y al otro unos montecitos verdes cubiertos de flores. Los rayos del sol bañaban toda la zona, y la temperatura estaba en el punto justo. Para cualquiera habría sido el día perfecto para salir de viaje… a no ser que te estuvieras dirigiendo a un pueblo de mala muerte a pasar tres meses con los primos de tu madre a los que conociste cuando tenías dos años.
A lo mejor por eso, cuando Danielle vio la mariposa, sólo pudo pensar en arrancarle las alas para que sufriera como lo estaba haciendo ella. A lo mejor se estaba pasando, según sus padres era un ataque de histeria propio de la etapa adolescente en la que todavía se encontraba inmersa, pero cada vez que miraba a su derecha y veía a su hermana jugando con la nintendo, se acordaba de lo que le esperaba, volvía a resoplar y a desear volver a casa.
En la ciudad había tenido que dejar a sus amigas, su novio y un prometedor concierto al que se moría de ganas por ir. El mundo era injusto, y ella se encontraba en el mismísimo centro de la injusticia.
- No pongas esa cara tan larga, tesoro… te lo pasarás en grande en Seafield - Ahora venía la misma charla que venía oyendo desde que decidieron ir a pasar las vacaciones a aquél maldito lugar - Es un pueblo precioso, aprenderás un montón de historia y dicen que hay muchos chicos guapos…
La voz de su madre se perdió cuando ella subió el volumen del iPod. Todavía le quedaba una hora para llegar al lugar de su suplicio, con un poco de suerte, sería arrasado por un tornado, un tsunami o una plaga de ovejas asesinas…
Sin embargo, como si el destino y la Madre Naturaleza se hubieran confabulado contra ella, lo único que se encontró al llegar fue un gran cartel de bienvenida con el nombre del pueblo pintado con muy mal gusto. Ni rastro de ovejas.
Las calles eran anchas y estaban bien cuidadas, como si estuvieran esperando a alguien importante, los balcones estaban elegantemente adornados con flores y todos los transeúntes que Danielle pudo ver desde la ventanilla parecían felices. Demasiado idílico para ser divertido.
- ¿Ves cariño? - Dijo repentinamente su madre con los ojos brillantes - Te dije que era el pueblo perfecto.
Genial, encima su madre estaba encantada con el pueblo de las narices. Giraron en una calle que al parecer desembocaba en la playa, puesto que todos los que iban por allí llevaban bañadores, sombrillas y sillas. Tan absorta estaba criticando el estilo de vestir de aquellos pueblerinos que no se dio cuenta de que habían llegado.
Cuando su padre consiguió que volviera a la tierra, bajó del coche y estudió la casa que se levantaba ante ella. Muy a su pesar, era un edificio precioso. Parecía ser más antigua que las casas colindantes, algo más pequeñas y estructuradas. Tenía un pequeño jardín delantero bien cuidado que llamaba la atención de los que pasaban por delante. Igual que su propio coche. Al parecer los de Seafield no estaban acostumbrados a ver coches caros.
Danielle cogió su maleta y después de una pequeña riña con su hermana, consiguió entrar en la casa de una sola pieza. El interior era tan perfecto como todo el pueblo. Pudo ver una estantería llena de fotos entre las que destacaban las de dos niños vestidos de marineros los cuáles, cómo no, tenían los mismos ojos azules que toda la familia de su madre. Se detuvo en su fisgoneo al escuchar unos grititos procedentes de la habitación continua. Al acceder a ella, vio a su madre abrazada a otra mujer un poco más alta que ella y con el cabello pelirrojo, seguramente teñido.
- ¡Marietta!
- ¡Samantha! ¡Por fin! Creía que no llegaríais nunca. - Mal momento para aparecer, ahora venían los besos - Éstas deben ser Danielle y Laura, ¡qué guapas están! ¿Cuántos años tienen?
- Danielle acaba de cumplir diecisiete y a Laura le quedan dos meses para los trece, aunque no lo aparenten. - sonrió su madre instándolas a acercarse.
Sesión de besuqueo y sonrisas forzadas. Se enteraron de que Marietta tenía una pastelería y que su marido, Ashton, volvería al día siguiente de un viaje de negocios en Francia. Ahora encajaba la parte de la casa gigante.
- Será mejor que las lleve a su habitación, deben estar cansadas después de un viaje tan largo.
¡Por fin un poco de cordura!
Las condujeron escaleras arriba hasta la tercera planta y tuvieron que recorrer la mitad de un pasillo bastante largo para llegar a la habitación. Ésta era, sin ningún tipo de dudas, la habitación de un chico. Las paredes estaban pintadas de azul y había posters decorándolas por todas partes. La única zona que se salvaba era porque había una estantería repleta de trofeos y con algún que otro libro de adorno.
- Perdonad el desorden, le dije a mi hijo que recogiera pero…
- No te preocupes, es una habitación muy bonita - Cuando Laura sonreía y agitaba su melena dorada parecía lanzar algún tipo de hechizo, una de las tantas razones por las que no se llevaban bien. Ésta vez no fue diferente.
- Gracias tesoro. El baño está al final del pasillo. La habitación de al lado es un vestidor y la siguiente es el dormitorio de mi hijo menor.
Entonces había acertado. Los dos niños de las fotos debían ser algo así como sus primos lejanos de los que nunca habían oído hablar. Danielle puso la maleta sobre una de las camas y abrió la cómoda que había al lado. Habían vaciado los dos primeros cajones para que ellas pudieran poner parte de su ropa. Un detalle si no fuera porque ella dudaba que toda su ropa cupiese en un solo cajón.
- Laura podrías ir al sótano - propuso Marietta cuando ya se iba - Dylan está allí abajo jugando con la consola, no he conseguido que la soltara para que os saludase. Estoy segura de que os haréis buenos amigos.
- Claro que si - Y de nuevo la sonrisa encantadora - Será un placer conocerlo.
Una vez se hubieron marchado, Danielle pudo curiosear a gusto. Los pósters eran en su mayoría de surfistas o algo parecido. El resto eran de música, aunque sólo pudo reconocer uno de ellos. Los trofeos eran todos de Windsurf. Campeón masculino infantil de la costa este, campeón junior del condado, subcampeón nacional… había diez en total.
Quince minutos después había terminado de colocar sus cosas. Llevaba un rato escuchando ruidos en la planta de abajo, por lo que supuso que habrían llegado visitas. Cerró a la fuerza el cajón en el que había estado luchando por guardarlo todo y se tiró en la cama en un intento de buscar una red WiFi a la que conectarse desde el móvil. Necesitaba contactar con el mundo real, o con sus amigas por lo menos. Si no lo pagaba con alguien, explotaría.
- Espero no interrumpir nada...
Tuvo que incorporarse para ver quién le hablaba, y el enfado se perdió en su subconsciente. Apoyado en el quicio de la puerta había un chico quizá un poco mayor que ella, con el cabello rubio oscuro cayéndole en picos sobre la frente, con un bañador de flores hawaianas y una camiseta sin mangas blanca como vestimenta. Si no lo hubiera reconocido por las fotos del salón, habría mandado a paseo a su novio en ese mismo instante.
- Supongo que eres el dueño de esta habitación - dijo la chica incorporándose.
- Y yo supongo que tú eres Danielle - O era extremadamente listo o se lo acababa de decir su madre - ¿Puedo llamarte Dani?
Ella se encogió de hombros. Estaba acostumbrada a que la llamaran de todas las formas posibles.
- ¿Y cómo te llamo yo? - le preguntó dejando el móvil a un lado. Él dejó de apoyarse en el marco y entró en la habitación.
- Nicholas, aunque por ser tú dejaré que me llames Nick o Nico, como más te guste. - Dios, hasta la sonrisa la tenía perfecta.
- Qué gran honor. - Consiguió decir. O le preguntaba algo o empezarían con la conversación de cortesía acerca de sus edades y demás preguntas tontas.
- Si has terminado de enfadarte con los muebles a lo mejor podrías venirte a la playa. Tengo que presentarte a la pandilla, órdenes de mi madre.
Vaya, pero si había gente joven en el pueblo. Bueno, a lo mejor su indignada mente había proyecto una imagen demasiado pesimista del pueblo en su imaginación, pero no podían culparla a ella, le habían chafado todos sus planes.
Consiguió que le diera diez minutos para cambiarse y ponerse un look más playero que el que llevaba puesto en ese momento. No tardaron en estar bajando las escaleras y saliendo por el jardín trasero directamente a la playa. Eso para Danielle era una novedad, aunque lo había visto en alguna que otra película.
- Estamos un poco lejos de la casa, no queremos que nuestros padres nos pillen - bromeó Nicholas mientras iba marcándole el camino a su recién descubierta prima.
No hacía falta preguntar qué era lo que no podían pillarles, podía imaginárselo ella solita.
Tardaron unos diez minutos en llegar, tiempo de sobra para intercambiarse números de móvil, direcciones de facebook y fechas de cumpleaños. Al parecer habían congeniado más de lo que sus propios padres se esperaban. Tuvieron que escalar unas rocas que cortaban la playa para llegar a una pequeña caleta donde sólo había tres grupos de gente. Uno de ellos era el suyo.
En cuanto los vieron llegar, una chica salió corriendo y se lanzó al cuello de Nicholas. Cuando Danielle pudo verla en condiciones, supo que no le caería bien. Era impresionante, en todos los sentidos. Cabello castaño oscuro, como el suyo pero más largo, bastante más largo y mucho mejor cuidado. Ojos casi negros, profundos, y rasgos delicados. Y sin embargo, lo que más llamaba la atención y lo que había hecho que no le cayera bien a primera vista era la mirada de superioridad que le había lanzado después de pegarse a Nicholas. Parecía estar diciendo "no te acerques, es mío" y "no puedes conmigo".
- Chicos, ésta es Danielle - presentó con otra encantadora sonrisa - Dani, estos son Tania, Lía y TJ.
- Vaya, no hace falta que juréis que sois familia, tenéis el mismo color de ojos - se rió la chica bajita - Soy Lía, la fotógrafa oficial del grupo.
Un punto a su favor. Tania 0, Lía 1.
- TJ, para servirte - bromeó el otro chico, grande, muy grande al lado de Lía que con su alborotado cabello rubio apenas le llegaba al pecho.
- Yo soy Tania - La lapa con extensiones se dirigió a ella sin despegarse del chico. Incluso su sonrisa parecía haber sido implantada - ¿Vienes de LA no? ¿Qué tal los tíos por allí?
- Seguro que tú lo sabes mejor que yo - A sonrisas falsas no le ganaba nadie - Pareces de las que les gusta el turismo… cultural.
A eso se le llama empezar con mal pie. Los otros dos ahogaron las risas, por lo que supuso que la había calado completamente. El único que no la miró demasiado bien fue Nicholas, pero para gustos, colores.
- Supongo que vendrás a la fiesta de esta noche - lanzó TJ - Estoy seguro de que va a ser entretenida.
- Y tienes que conocer al resto del grupo, ¿no Nico?
- Claro que irá, a no ser que ella no quiera ir.
¿Fiesta en la playa y oportunidad de ver a la lapa en acción? Eso no se lo perdía ella.
Pasaron el resto de la tarde tumbados en la arena, con una nevera repleta de cervezas y contándose anécdotas. Para cuando se fueron a eso de las siete, con el pensamiento de cenar y arreglarse para la noche, Danielle ya estaba segura de que no iba a ser tan mal verano. Al parecer las costumbres de los pueblos no eran tan distintas de las de las ciudades. Entre las cosas que más le habían llamado la atención estaba la de la extremada religiosidad de la familia de Nicholas.
- ¿Y cómo llevas lo del fervor religioso? - le preguntó cuando emprendieron el camino de vuelta.
- Mis padres me dejan cierta libertad. Si tengo que estudiar no tengo obligación de ir a misa, aunque sí me exigen el voto de castidad - Se señaló un anillo que llevaba colgando al cuello - Inocentes… Por lo demás no está tan mal. Todo el pueblo nos conoce y eso me facilita bastante las cosas
Danielle se preguntó si Tania ya habría experimentado la parte del voto. La respuesta le vino inmediatamente, no era tan difícil de imaginar.
- Por cierto, después de cenar vete a tu habitación a prepararte y métete en la cama, iré a por ti a las diez y media. Una de las reglas de la casa es que nadie puede estar despierto a partir de las diez.
Cuando cruzaron el umbral, a Danielle casi se le había olvidado que justo antes de salir había montado un numerito como intento desesperado para no ir allí. En la cena conoció a Dylan, el hermano pequeño de Nico. Tenía un año menos que su hermana y al parecer, compartían el gusto por los videojuegos. Tuvo que apuntarse mentalmente que debía comprarle algún regalo al chico por quitarle de en medio a su hermana el resto del verano. Pobre de ella si de verdad creía eso.
Tras terminar su comida se duchó y se arregló el pelo. Luego vino la parte difícil, la de escoger la ropa. Lamentó no haberle preguntado a su primo en qué plan debía ir vestida pero, como si tuviera poderes mentales, el chico abrió la puerta en ese momento, encontrándose de frente a una Danielle envuelta en una toalla con dos camisetas en la mano.
¿Hay continuación?
ResponderEliminar*Quiere continuación* :K Adoro esta historia, sigue así ^^
dios! Una historia q me a cautivado desde la primera linea, x favor continua! No ns agas esperar! Es una historia que promete
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